“Hay que leer para y con los hijos”
En el reciente FILBITA la escritora, pedagoga y promotora de lectura habló sobre la importancia de la lectura en la primera infancia.
POR María Luján Picabea
Yolanda Reyes pasó por la Argentina para participar del Filbita, la sección para chicos (y no tanto) del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba). La escritora y pedagoga colombiana habló con Clarín sobre la importancia de la lectura en la primera infancia, la necesidad de contar con una lengua capaz de ordenar la experiencia vital, un relato que aporte sentido al caos de un mundo en el que todo se ve, se oye y se experimenta por primera vez.
¿Cómo se forma un lector?
Yo no creo en las recetas y hay caminos muy distintos, pero creo que si hay algo que nos hace lectores a todos los que de alguna forma buscamos libros o historias es la necesidad del sentido, y la constatación de que es posible el sentido. Creo que eso es lo que buscamos en las historias que nos leen cuando somos niños. Yo me imagino a alguien que tiene dos años, cuando todo le pasa por primera vez, me imagino la vida como un tumulto de acontecimientos sin ilación, y lo que hace una historia es mostrar que las cosas se ordenan en el tiempo y que se va construyendo una narrativa y un sentido. Pienso que lo que hace una mamá o un papá que cuentan un cuento es organizar el tumulto de la experiencia, es darle un sentido. Esa es la revelación fundacional. Eso es lo que nos hace buscar historias.
¿Es lo que genera el hábito de la lectura?
Existe esa práctica de leer un cuento antes de dormir. Fíjate lo que son los símbolos, al niño lo que le importa no es la receta en sí, sino el sentido del rito. Ese “Había una vez, en un país muy lejano…”, ese separar la vida real de la ficción, armar un hilo simbólico en el que el niño se mira y mira la cara del padre y está teniendo una conversación profunda sobre la vida en ese rito. Pero además se está preparando para dormir, para ir al mundo de los sueños que es tan aterrador. Allí vuelve a aparecer esa estructura, ese caparazón que guía y ordena. La lectura y el afecto que circula, la vida que circula, esa conversación de vida que es leer un cuento. Si me dijeras recetas yo diría que hay que leer para los hijos, leer con los hijos y tener fe en el lenguaje como una envoltura que va más allá de lo fáctico.
¿Hay un valor especial, un gesto distinto en el leer en voz alta?
Leer de viva voz, sí. El acto solitario de leer en la adultez implica reconectarse con esa voz que fue en algún momento el libro, porque el libro, antes de ser el libro, fue la voz de alguien. Lo que hace la lectura es poner en la voz humana todas las emociones. Al principio de todo, la literatura es voz y a mí me encanta decir que los bebés leen con las orejas, como los poetas. A los bebés no les importa qué dicen las palabras sino cómo lo dicen, como lo envuelven, cómo cantan. Tiene que ver con el corazón, con los ritmos de la vida. Eso es lo que hechiza al bebé. La voz es la primera impronta simbólica en un bebé y es portadora de afecto. La voz, la oralidad viene de muy atrás.
-Esa idea de la lectura como dadora de orden, hace pensar en la literatura como un refugio…
-Sí, porque la historia está organizada en el lenguaje, no puede salir de ahí. La literatura dice: “Erase una vez”. Es un tiempo distinto, vamos a estar a salvo. En la realidad no sabemos lo que va a pasar pero en la literatura controlamos, acotamos, cerramos y los hechos empiezan a suceder. Eso es lo que hace distinta a la narrativa del discurso de la vida fáctica. Por eso es tan terrible lo que les pasa a los niños que no tienen quién les cuente una historia, porque el lenguaje de todos los días, ese “levántese”, “córrase”, “apúrese”, es un lenguaje fragmentario, un lenguaje que se salta cosas. La lengua del relato, en cambio, necesita una organización y es el hilo del pensamiento. A un niño al que le cuentas una historia le estás diciendo que en la lengua escrita, en la lengua de lo simbólico, las cosas están organizadas, sin saltos abruptos. El lenguaje de la vida real es más rápido.
¿Cómo se forma un lector?
Yo no creo en las recetas y hay caminos muy distintos, pero creo que si hay algo que nos hace lectores a todos los que de alguna forma buscamos libros o historias es la necesidad del sentido, y la constatación de que es posible el sentido. Creo que eso es lo que buscamos en las historias que nos leen cuando somos niños. Yo me imagino a alguien que tiene dos años, cuando todo le pasa por primera vez, me imagino la vida como un tumulto de acontecimientos sin ilación, y lo que hace una historia es mostrar que las cosas se ordenan en el tiempo y que se va construyendo una narrativa y un sentido. Pienso que lo que hace una mamá o un papá que cuentan un cuento es organizar el tumulto de la experiencia, es darle un sentido. Esa es la revelación fundacional. Eso es lo que nos hace buscar historias.
¿Es lo que genera el hábito de la lectura?
Existe esa práctica de leer un cuento antes de dormir. Fíjate lo que son los símbolos, al niño lo que le importa no es la receta en sí, sino el sentido del rito. Ese “Había una vez, en un país muy lejano…”, ese separar la vida real de la ficción, armar un hilo simbólico en el que el niño se mira y mira la cara del padre y está teniendo una conversación profunda sobre la vida en ese rito. Pero además se está preparando para dormir, para ir al mundo de los sueños que es tan aterrador. Allí vuelve a aparecer esa estructura, ese caparazón que guía y ordena. La lectura y el afecto que circula, la vida que circula, esa conversación de vida que es leer un cuento. Si me dijeras recetas yo diría que hay que leer para los hijos, leer con los hijos y tener fe en el lenguaje como una envoltura que va más allá de lo fáctico.
¿Hay un valor especial, un gesto distinto en el leer en voz alta?
Leer de viva voz, sí. El acto solitario de leer en la adultez implica reconectarse con esa voz que fue en algún momento el libro, porque el libro, antes de ser el libro, fue la voz de alguien. Lo que hace la lectura es poner en la voz humana todas las emociones. Al principio de todo, la literatura es voz y a mí me encanta decir que los bebés leen con las orejas, como los poetas. A los bebés no les importa qué dicen las palabras sino cómo lo dicen, como lo envuelven, cómo cantan. Tiene que ver con el corazón, con los ritmos de la vida. Eso es lo que hechiza al bebé. La voz es la primera impronta simbólica en un bebé y es portadora de afecto. La voz, la oralidad viene de muy atrás.
-Esa idea de la lectura como dadora de orden, hace pensar en la literatura como un refugio…
-Sí, porque la historia está organizada en el lenguaje, no puede salir de ahí. La literatura dice: “Erase una vez”. Es un tiempo distinto, vamos a estar a salvo. En la realidad no sabemos lo que va a pasar pero en la literatura controlamos, acotamos, cerramos y los hechos empiezan a suceder. Eso es lo que hace distinta a la narrativa del discurso de la vida fáctica. Por eso es tan terrible lo que les pasa a los niños que no tienen quién les cuente una historia, porque el lenguaje de todos los días, ese “levántese”, “córrase”, “apúrese”, es un lenguaje fragmentario, un lenguaje que se salta cosas. La lengua del relato, en cambio, necesita una organización y es el hilo del pensamiento. A un niño al que le cuentas una historia le estás diciendo que en la lengua escrita, en la lengua de lo simbólico, las cosas están organizadas, sin saltos abruptos. El lenguaje de la vida real es más rápido.
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