El futuro de la lectura ya no será lineal, sino radiall
Los libros electrónicos permiten saltar a imágenes, música o diccionarios
Las ediciones en papel serán un lujo y un placer. Con todo, los expertos animan a no perder la capacidad de leer con atención
Leemos todos los días. A todas horas. Inconscientemente. La información nutricional de la caja de cereales, las señales de tráfico, la factura de la electricidad, las vallas publicitarias. Conscientemente. Una novela de Jonathan Franzen, el periódico, el muro de Facebook, los resultados de una búsqueda en Google. Somos más lectores que nunca. Pero desde hace tiempo utilizamos esa vieja palabra, leer, para nombrar un acto que está en transición. Que no es lo que era. La lectura está cambiando y, con ella, nosotros, los lectores.
Día tras día leemos titulares sobre la desaparición del libro físico y los correspondientes desvelos de editores, libreros, bibliotecarios, pero, cuestiones de mercado aparte, nosotros, los lectores, ¿cómo leeremos en el futuro? ¿Qué entenderemos por libro? ¿Qué entenderemos por leer? ¿En qué soportes leeremos? ¿Cómo hablaremos de libros? ¿Dónde conseguiremos los libros?
1 Una vieja tecnología. ¿Qué entenderemos por libro?
“La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tú nacieras”. La cita es del ingeniero informático Alan Kay y hace referencia a esa idea generalizada de que tecnología es sinónimo de nuevo. Los ordenadores, los móviles, los GPS son tecnología. ¿Los libros? También, insiste Joaquín Rodríguez, editor, autor y responsable del blog Los futuros del libro. “Aunque nos preceda nueve siglos y sea algo natural en nuestras vidas”. El libro es una tecnología para muchos inmejorable: compacta, portátil, fácil de usar, barata, autónoma. Por eso precisamente ha tardado tanto en iniciar su tránsito hacia lo digital. “Los libros son artefactos increíbles”, reconocía Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, para luego añadir: “Son el último bastión de lo analógico”. Esa semana de noviembre de 2007 el gigante de Internet presentaba el lector electrónico Kindle.
Hasta hace no demasiado, la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española bastaba para describir qué era un libro: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Ahora empieza a haber consenso en torno a otra, propuesta por el veterano periodista, escritor y gurú del futuro Kevin Kelly: “Un único argumento o narrativa de extensión larga, sin importar su forma o si es en papel o electrónico”.
Una de las principales características de los libros del futuro es que “no serán un ladrillo inmutable”, escribe Craig Mod, editor, escritor y diseñador de la revista social Flipboard, en el texto Post-artifact books & publishing. Esas erratas que siempre se escapan a pesar de las múltiples revisiones podrán corregirse en posteriores actualizaciones, donde autores o editores no solo enmendarán errores, también ofrecerán nuevos contenidos a los lectores, práctica común en el terreno de las aplicaciones y con la que ya experimenta Nórdica Libros: El viento comenzó a mecer la hierba, de Emily Dickinson, pronto incluirá más poemas recitados. También los lectores contribuirán con sus notas a engordar el e-book que, en muchas ocasiones, será una lectura multimodal, es decir, podrá incluir letras, imágenes, enlaces, vídeos…
Aunque no conviene esperar fuegos artificiales de todos ellos, opina José Antonio Millán, autor de varios estudios sobre la lectura en España y responsable del blog Libros y Bitios. “Siempre habrá libros muy aumentados, como los infantiles, con un despliegue muy llamativo. También habrá obras científicas con muchas adiciones que facilitarán el estudio o la comprensión, pero la novela podrá seguir siendo novela. En una edición de Ulises podrás ver un mapa, por ejemplo. Pero hay veces que no hace falta nada”.
2 Leer palabras, leer imágenes. ¿Qué entenderemos por leer?
“Leer es una creación humana. No es natural sino una práctica social que cambia en cada momento de la historia, en cada comunidad y en cada contexto, aunque la palabra sea la misma. No es lo mismo lo que hacemos ahora que lo que hacíamos hace cincuenta años o lo que haremos dentro de otros cincuenta”, explica Daniel Cassany, profesor e investigador de Análisis del Discurso de la Universidad Pompeu Fabra y autor de En_línea. Leer y escribir en la red (Anagrama). Libro abierto, lector enfrascado, ese es el concepto de lectura, culta y profunda, que sigue arraigado. Pero leer ha crecido —y seguirá haciéndolo— en acepciones, importancia y dificultad. “Leer es más complejo porque leemos más imágenes, más documentos multimodales. Eso de leer una página con letras está totalmente muerto. En los textos habrá fotos, vídeos, letras y tendremos que relacionar todo para darle significado. Leer en el sentido de acceder a la información es mucho más fácil, pero si entendemos leer por comprender es más difícil, porque hemos pasado de leer lo que escribía la gente de nuestro alrededor con palabras que entendíamos a leer lo que escribe gente de todo el mundo”.
“Buscar en Google, utilizar un traductor para entender algo en inglés o francés, consultar un dato que desconocemos en la Wikipedia, todo es leer”, insiste Cassany. Simplemente tenemos que acostumbrarnos: leer es una actividad cada vez más tecnológica. De ahí que surjan nuevas acepciones. “Por ejemplo, la lectura de redes sociales es totalmente nueva, antes era oral. La gente socializaba cara a cara, por teléfono, por carta, en cambio ahora se pasa horas conectada a Facebook o Twitter”. Y que las clásicas cambien para adaptarse a los tiempos. “La lectura científica ha cambiado muchísimo. Yo hace veinte años leía revistas y libros. En cambio ahora esto es solo una parte, y no la más importante, de lo que hago. Cuando algo me interesa, lo primero es buscar el nombre del autor e ir a su blog, a YouTube, a Slideshare; los libros son complementarios. En cambio, leer literatura cambiará poco porque los autores principales van a seguir escribiendo libros y, en vez de leerlos en papel, los leeremos en un iPad, buscaremos una palabra en el diccionario o un topónimo en Wikipedia, subrayaremos o veremos qué personas han subrayado un determinado fragmento. Hay un enriquecimiento, pero se sigue leyendo la misma obra”.
3 Pantallas, pantallas, pantallas. ¿En qué soportes leeremos?
Más de la mitad de los españoles lee ya en soporte digital, según el informe Hábitos de lectura y compra de libros en España 2011 (el 52,5% de la población, aunque solo el 6,8% lee libros de esta manera). En ordenadores, teléfonos móviles, agendas electrónicas o e-readers (cuyo uso ha aumentado un 75% y alcanza el 3% de los entrevistados). Y “una gran mayoría” de los estudiantes son lectores digitales, así que no parece descabellado alegar que las lecturas del futuro se realizarán fundamentalmente en ordenadores, teléfonos inteligentes, tabletas y lectores electrónicos. Craig Mod considera que “los e-readers serán gratuitos en un par de años. Serán, en realidad ya lo son, los libros de bolsillo del mundo digital. Y las tabletas imperarán como aparatos universales de uso informático y de lectura”.
Mod cuenta por correo electrónico que meditó sus respuestas desde una cabaña sin conexión a Internet que alquiló al norte de Nueva York para leer y escribir sin interrupciones ni tentaciones digitales. Ya lo advertía el periodista Nicholas Carr en Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus), “la Red atrae nuestra atención solo para dispersarla. Nos centramos intensamente en el medio, en la pantalla, pero nos distrae el fuego graneado de mensajes y estímulos que compiten entre sí por atraer nuestra atención”.
El estado natural de nuestro cerebro es distraído: excepcionalmente las páginas de los libros lograron la hazaña de mantenernos absortos durante horas, pero hoy parece improbable que las páginas de los libros digitales vayan a repetirla. Los dispositivos de lectura conectados ponen al usuario en el aprieto de tomar decisiones constantemente: ¿hago clic en el enlace? ¿Abro el vídeo? ¿Leo los comentarios de otros lectores? ¿Recomiendo el libro en Facebook? Un nuevo correo electrónico, ¿lo leo ahora o luego? ¿Y si echo un vistazo a Twitter o YouTube?
“A mí me preocupa que todos queramos lecturas más breves y sencillas. Hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos pausados y nos transporta a niveles de significado más profundos”, explica Maryanne Wolf, psicóloga experta en lectura y autora de Cómo aprendemos a leer (Ediciones B). ¿Y qué pasaría si se confirmasen sus temores? “La lectura profunda abarca toda una serie de procesos sofisticados que nos permiten inferir lo que no se dice en el texto a partir de lo que sí se dice. Igualmente importante, nos permite reflexionar crítica y analíticamente sobre lo que está escrito para no aceptarlo sin que medie un verdadero pensamiento. Con la lectura profunda podemos trascender lo escrito para alcanzar reflexiones superiores y, en ocasiones, originales. Sin ella, el lector permanece en la superficie del conocimiento y queda a merced de todo lo que lee”, explica desde Boston.
Y no es el mejor momento para hacerlo. “Los lectores nunca se han enfrentado a tal cantidad de información ni han estado tan necesitados de lectura crítica y analítica como ahora. Asusta pensar que los nuevos lectores utilicen el común denominador de ‘lo que es más popular en número de visitas en un servidor de Internet’ como la base de sus opiniones y creencias. No es que la cultura digital sea enemiga de la cultura literaria, pero tiene la capacidad de destruir o erosionar los mejores aspectos de ella: el cerebro capaz de leer con profundidad”.
¿Desaparecerá el libro de papel? No, pero evidentemente perderá relevancia. Y al haber menos libros físicos, su método de producción se adaptará. Tanto Joaquín Rodríguez como José Antonio Millán coinciden en que predominará la impresión bajo demanda. “Tradicionalmente, el editor imprime y a lo mejor vende. Imprimir después de que la venta se haya producido es una ventaja y el cliente ni siquiera tiene que saber que el libro se está generando digitalmente. Esa vieja usanza de la impresión offset desaparecerá, excepto para grandes tiradas de best sellers”, argumenta Rodríguez. Aparte de los editores, recalca Millán, también los lectores saldrán ganando. “Encargar una obra en papel para retirar inmediatamente será un excelente servicio. Por ejemplo, el lector podrá entrar en una web de compra, encargar el libro en impresión bajo demanda, pagarlo y recogerlo en su barrio, donde habrá varios puntos, o en una máquina expendedora, como ya ocurre con las entradas. Es probable que surjan estructuras parecidas porque son buenas para todos”.
4 La era de la lectura social. ¿Cómo hablaremos de libros?
“El tema central de la literatura es la sociedad y cuando nos perdemos en un libro recibimos una lección sobre las sutilezas y los caprichos de las relaciones humanas. Varios estudios han demostrado que la lectura tiende a hacernos más empáticos, más alerta con las vidas interiores de los demás. El lector se abstrae para así ser capaz de conectar más profundamente”, escribe Nicholas Carr. Es cierto que hablar de lectura social suena a oxímoron porque tradicionalmente ésta ha sido una actividad solitaria. Antes la lectura sólo se hacía social —en realidad, más social, si atendemos a Carr— cuando cerrábamos el libro y lo comentábamos con otras personas, pero en el presente, y cada vez más en el futuro, esa sociabilidad estará más cerca, dentro de los márgenes del libro.
El fragmento de Nicholas Carr está extraído de un texto titulado ‘The dreams of readers’ perteneciente al libro Stop what you’re doing and read this! y lo han subrayado, informa Kindle, 11 personas. Con las pantallas la lectura estrena una nueva capa de sociabilidad: al leer podemos anotar y exportar nuestras notas, subrayar, añadir marcadores, compartir fragmentos en el muro de Facebook o comentarios en Twitter y ver qué han subrayado, marcado o comentado otras personas que hayan leído el mismo libro… Bob Stein, pionero del libro electrónico y director del Institute for the Future of the Book, está convencido de que sus nietos no concebirán otra forma de leer: su lectura será siempre en compañía.
Tanto Millán como Rodríguez reconocen el potencial de la lectura social, pero rebajan el entusiasmo de Stein apelando al principio 90-9-1 que, al menos por ahora, impera en la cultura digital y que dice que el 90% de los usuarios de las comunidades online nunca hace ningún tipo de aportación, el 9% participa comentando, editando y generando contenidos de vez en cuando y el 1% monopoliza la actividad. “Que todo el mundo que lea en un Kindle o Tagus haga subrayado social y comentarios es mucho pensar”, cuestiona Millán. “Tengo mis dudas empíricamente contrastadas. Tengo un blog hace mucho tiempo, uso Internet y me meto en muchos sitios, y verdadero diálogo, crítica y trabajo cooperativo he encontrado en muy pocos lugares”, apunta Joaquín Rodríguez.
5 Menos estanterías, más personas. ¿Dónde conseguiremos los libros?
Para imaginar lo que será una biblioteca del futuro basta con seguir los pasos de la Biblioteca Pública de Nueva York, institución de referencia mundial que se está aplicando para que su importancia quede intacta en el siglo XXI. El plan es el siguiente: dos millones de volúmenes, que hasta ahora ocupan ocho plantas de su sede central, serán trasladados a dos almacenes externos para así poder crear un nuevo espacio público ideado por el arquitecto Norman Foster. Donde antes había estanterías, habrá hileras de ordenadores, cafeterías y zona wifi. “La propia forma de la biblioteca está asumiendo esa dimensión poliédrica donde habrá espacio para libros, para textos electrónicos, pero también para muchas otras fuentes diferentes y donde el bibliotecario tendrá una personalidad distinta”, explica Rodríguez. Será un mediador, en palabras de Cassany. “Hasta hace poco los bibliotecarios han estado muy preocupados por el catálogo: conseguir fondos para la biblioteca, archivarlos, etiquetarlos con los sistemas universales idóneos. Y ahora, como Internet hace accesible toda la información, este trabajo ha perdido interés y su día a día está volcado en la atención al usuario, la formación, lo que se llama alfabetización informacional, es decir, el fomento de esa capacidad de entender en un mundo en el que es más complejo hacerlo porque estamos infoxicados”.
Y es que acercarse a la biblioteca simplemente para sacar un libro será algo excepcional. Los textos serán —en su mayoría— digitales y las gestiones online, como ya ocurre en la Biblioteca Pública de Nueva York. Desde el año pasado, sus usuarios pueden hacer buena parte de los trámites desde la web o desde una aplicación instalada en un teléfono inteligente: buscar en el catálogo, reservar un título, renovar un préstamo… Y si el libro o revista está disponible en formato electrónico, puede descargarlo y, cuando termine el plazo, el contenido simplemente desaparecerá del aparato.
El futuro pertenece a la lectura digital y, por supuesto, a las librerías online. Las de toda la vida resistirán solo si cambian. “No pueden seguir aspirando a ocupar el mismo espacio porque obedecen a un modo de producción que necesitaba que el territorio se irrigara a través de esa red comercial. Si el contenido ya no se distribuye de esa forma, esos espacios no son estrictamente necesarios a no ser que se especialicen y / o multipliquen sus servicios. Las librerías ya se están convirtiendo en espacios más convivenciales, donde se busca una lectura social, una presentación, una charla. Mientras vayan a eso y entiendan que tienen que utilizar las tecnologías digitales, sobrevivirán”, concluye Joaquín Rodríguez.
1 Una vieja tecnología. ¿Qué entenderemos por libro?
“La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tú nacieras”. La cita es del ingeniero informático Alan Kay y hace referencia a esa idea generalizada de que tecnología es sinónimo de nuevo. Los ordenadores, los móviles, los GPS son tecnología. ¿Los libros? También, insiste Joaquín Rodríguez, editor, autor y responsable del blog Los futuros del libro. “Aunque nos preceda nueve siglos y sea algo natural en nuestras vidas”. El libro es una tecnología para muchos inmejorable: compacta, portátil, fácil de usar, barata, autónoma. Por eso precisamente ha tardado tanto en iniciar su tránsito hacia lo digital. “Los libros son artefactos increíbles”, reconocía Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, para luego añadir: “Son el último bastión de lo analógico”. Esa semana de noviembre de 2007 el gigante de Internet presentaba el lector electrónico Kindle.
Hasta hace no demasiado, la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española bastaba para describir qué era un libro: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Ahora empieza a haber consenso en torno a otra, propuesta por el veterano periodista, escritor y gurú del futuro Kevin Kelly: “Un único argumento o narrativa de extensión larga, sin importar su forma o si es en papel o electrónico”.
Una de las principales características de los libros del futuro es que “no serán un ladrillo inmutable”, escribe Craig Mod, editor, escritor y diseñador de la revista social Flipboard, en el texto Post-artifact books & publishing. Esas erratas que siempre se escapan a pesar de las múltiples revisiones podrán corregirse en posteriores actualizaciones, donde autores o editores no solo enmendarán errores, también ofrecerán nuevos contenidos a los lectores, práctica común en el terreno de las aplicaciones y con la que ya experimenta Nórdica Libros: El viento comenzó a mecer la hierba, de Emily Dickinson, pronto incluirá más poemas recitados. También los lectores contribuirán con sus notas a engordar el e-book que, en muchas ocasiones, será una lectura multimodal, es decir, podrá incluir letras, imágenes, enlaces, vídeos…
Aunque no conviene esperar fuegos artificiales de todos ellos, opina José Antonio Millán, autor de varios estudios sobre la lectura en España y responsable del blog Libros y Bitios. “Siempre habrá libros muy aumentados, como los infantiles, con un despliegue muy llamativo. También habrá obras científicas con muchas adiciones que facilitarán el estudio o la comprensión, pero la novela podrá seguir siendo novela. En una edición de Ulises podrás ver un mapa, por ejemplo. Pero hay veces que no hace falta nada”.
2 Leer palabras, leer imágenes. ¿Qué entenderemos por leer?
“Leer es una creación humana. No es natural sino una práctica social que cambia en cada momento de la historia, en cada comunidad y en cada contexto, aunque la palabra sea la misma. No es lo mismo lo que hacemos ahora que lo que hacíamos hace cincuenta años o lo que haremos dentro de otros cincuenta”, explica Daniel Cassany, profesor e investigador de Análisis del Discurso de la Universidad Pompeu Fabra y autor de En_línea. Leer y escribir en la red (Anagrama). Libro abierto, lector enfrascado, ese es el concepto de lectura, culta y profunda, que sigue arraigado. Pero leer ha crecido —y seguirá haciéndolo— en acepciones, importancia y dificultad. “Leer es más complejo porque leemos más imágenes, más documentos multimodales. Eso de leer una página con letras está totalmente muerto. En los textos habrá fotos, vídeos, letras y tendremos que relacionar todo para darle significado. Leer en el sentido de acceder a la información es mucho más fácil, pero si entendemos leer por comprender es más difícil, porque hemos pasado de leer lo que escribía la gente de nuestro alrededor con palabras que entendíamos a leer lo que escribe gente de todo el mundo”.
“Buscar en Google, utilizar un traductor para entender algo en inglés o francés, consultar un dato que desconocemos en la Wikipedia, todo es leer”, insiste Cassany. Simplemente tenemos que acostumbrarnos: leer es una actividad cada vez más tecnológica. De ahí que surjan nuevas acepciones. “Por ejemplo, la lectura de redes sociales es totalmente nueva, antes era oral. La gente socializaba cara a cara, por teléfono, por carta, en cambio ahora se pasa horas conectada a Facebook o Twitter”. Y que las clásicas cambien para adaptarse a los tiempos. “La lectura científica ha cambiado muchísimo. Yo hace veinte años leía revistas y libros. En cambio ahora esto es solo una parte, y no la más importante, de lo que hago. Cuando algo me interesa, lo primero es buscar el nombre del autor e ir a su blog, a YouTube, a Slideshare; los libros son complementarios. En cambio, leer literatura cambiará poco porque los autores principales van a seguir escribiendo libros y, en vez de leerlos en papel, los leeremos en un iPad, buscaremos una palabra en el diccionario o un topónimo en Wikipedia, subrayaremos o veremos qué personas han subrayado un determinado fragmento. Hay un enriquecimiento, pero se sigue leyendo la misma obra”.
3 Pantallas, pantallas, pantallas. ¿En qué soportes leeremos?
Más de la mitad de los españoles lee ya en soporte digital, según el informe Hábitos de lectura y compra de libros en España 2011 (el 52,5% de la población, aunque solo el 6,8% lee libros de esta manera). En ordenadores, teléfonos móviles, agendas electrónicas o e-readers (cuyo uso ha aumentado un 75% y alcanza el 3% de los entrevistados). Y “una gran mayoría” de los estudiantes son lectores digitales, así que no parece descabellado alegar que las lecturas del futuro se realizarán fundamentalmente en ordenadores, teléfonos inteligentes, tabletas y lectores electrónicos. Craig Mod considera que “los e-readers serán gratuitos en un par de años. Serán, en realidad ya lo son, los libros de bolsillo del mundo digital. Y las tabletas imperarán como aparatos universales de uso informático y de lectura”.
Mod cuenta por correo electrónico que meditó sus respuestas desde una cabaña sin conexión a Internet que alquiló al norte de Nueva York para leer y escribir sin interrupciones ni tentaciones digitales. Ya lo advertía el periodista Nicholas Carr en Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus), “la Red atrae nuestra atención solo para dispersarla. Nos centramos intensamente en el medio, en la pantalla, pero nos distrae el fuego graneado de mensajes y estímulos que compiten entre sí por atraer nuestra atención”.
El estado natural de nuestro cerebro es distraído: excepcionalmente las páginas de los libros lograron la hazaña de mantenernos absortos durante horas, pero hoy parece improbable que las páginas de los libros digitales vayan a repetirla. Los dispositivos de lectura conectados ponen al usuario en el aprieto de tomar decisiones constantemente: ¿hago clic en el enlace? ¿Abro el vídeo? ¿Leo los comentarios de otros lectores? ¿Recomiendo el libro en Facebook? Un nuevo correo electrónico, ¿lo leo ahora o luego? ¿Y si echo un vistazo a Twitter o YouTube?
“A mí me preocupa que todos queramos lecturas más breves y sencillas. Hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos pausados y nos transporta a niveles de significado más profundos”, explica Maryanne Wolf, psicóloga experta en lectura y autora de Cómo aprendemos a leer (Ediciones B). ¿Y qué pasaría si se confirmasen sus temores? “La lectura profunda abarca toda una serie de procesos sofisticados que nos permiten inferir lo que no se dice en el texto a partir de lo que sí se dice. Igualmente importante, nos permite reflexionar crítica y analíticamente sobre lo que está escrito para no aceptarlo sin que medie un verdadero pensamiento. Con la lectura profunda podemos trascender lo escrito para alcanzar reflexiones superiores y, en ocasiones, originales. Sin ella, el lector permanece en la superficie del conocimiento y queda a merced de todo lo que lee”, explica desde Boston.
Y no es el mejor momento para hacerlo. “Los lectores nunca se han enfrentado a tal cantidad de información ni han estado tan necesitados de lectura crítica y analítica como ahora. Asusta pensar que los nuevos lectores utilicen el común denominador de ‘lo que es más popular en número de visitas en un servidor de Internet’ como la base de sus opiniones y creencias. No es que la cultura digital sea enemiga de la cultura literaria, pero tiene la capacidad de destruir o erosionar los mejores aspectos de ella: el cerebro capaz de leer con profundidad”.
¿Desaparecerá el libro de papel? No, pero evidentemente perderá relevancia. Y al haber menos libros físicos, su método de producción se adaptará. Tanto Joaquín Rodríguez como José Antonio Millán coinciden en que predominará la impresión bajo demanda. “Tradicionalmente, el editor imprime y a lo mejor vende. Imprimir después de que la venta se haya producido es una ventaja y el cliente ni siquiera tiene que saber que el libro se está generando digitalmente. Esa vieja usanza de la impresión offset desaparecerá, excepto para grandes tiradas de best sellers”, argumenta Rodríguez. Aparte de los editores, recalca Millán, también los lectores saldrán ganando. “Encargar una obra en papel para retirar inmediatamente será un excelente servicio. Por ejemplo, el lector podrá entrar en una web de compra, encargar el libro en impresión bajo demanda, pagarlo y recogerlo en su barrio, donde habrá varios puntos, o en una máquina expendedora, como ya ocurre con las entradas. Es probable que surjan estructuras parecidas porque son buenas para todos”.
4 La era de la lectura social. ¿Cómo hablaremos de libros?
“El tema central de la literatura es la sociedad y cuando nos perdemos en un libro recibimos una lección sobre las sutilezas y los caprichos de las relaciones humanas. Varios estudios han demostrado que la lectura tiende a hacernos más empáticos, más alerta con las vidas interiores de los demás. El lector se abstrae para así ser capaz de conectar más profundamente”, escribe Nicholas Carr. Es cierto que hablar de lectura social suena a oxímoron porque tradicionalmente ésta ha sido una actividad solitaria. Antes la lectura sólo se hacía social —en realidad, más social, si atendemos a Carr— cuando cerrábamos el libro y lo comentábamos con otras personas, pero en el presente, y cada vez más en el futuro, esa sociabilidad estará más cerca, dentro de los márgenes del libro.
El fragmento de Nicholas Carr está extraído de un texto titulado ‘The dreams of readers’ perteneciente al libro Stop what you’re doing and read this! y lo han subrayado, informa Kindle, 11 personas. Con las pantallas la lectura estrena una nueva capa de sociabilidad: al leer podemos anotar y exportar nuestras notas, subrayar, añadir marcadores, compartir fragmentos en el muro de Facebook o comentarios en Twitter y ver qué han subrayado, marcado o comentado otras personas que hayan leído el mismo libro… Bob Stein, pionero del libro electrónico y director del Institute for the Future of the Book, está convencido de que sus nietos no concebirán otra forma de leer: su lectura será siempre en compañía.
Tanto Millán como Rodríguez reconocen el potencial de la lectura social, pero rebajan el entusiasmo de Stein apelando al principio 90-9-1 que, al menos por ahora, impera en la cultura digital y que dice que el 90% de los usuarios de las comunidades online nunca hace ningún tipo de aportación, el 9% participa comentando, editando y generando contenidos de vez en cuando y el 1% monopoliza la actividad. “Que todo el mundo que lea en un Kindle o Tagus haga subrayado social y comentarios es mucho pensar”, cuestiona Millán. “Tengo mis dudas empíricamente contrastadas. Tengo un blog hace mucho tiempo, uso Internet y me meto en muchos sitios, y verdadero diálogo, crítica y trabajo cooperativo he encontrado en muy pocos lugares”, apunta Joaquín Rodríguez.
5 Menos estanterías, más personas. ¿Dónde conseguiremos los libros?
Para imaginar lo que será una biblioteca del futuro basta con seguir los pasos de la Biblioteca Pública de Nueva York, institución de referencia mundial que se está aplicando para que su importancia quede intacta en el siglo XXI. El plan es el siguiente: dos millones de volúmenes, que hasta ahora ocupan ocho plantas de su sede central, serán trasladados a dos almacenes externos para así poder crear un nuevo espacio público ideado por el arquitecto Norman Foster. Donde antes había estanterías, habrá hileras de ordenadores, cafeterías y zona wifi. “La propia forma de la biblioteca está asumiendo esa dimensión poliédrica donde habrá espacio para libros, para textos electrónicos, pero también para muchas otras fuentes diferentes y donde el bibliotecario tendrá una personalidad distinta”, explica Rodríguez. Será un mediador, en palabras de Cassany. “Hasta hace poco los bibliotecarios han estado muy preocupados por el catálogo: conseguir fondos para la biblioteca, archivarlos, etiquetarlos con los sistemas universales idóneos. Y ahora, como Internet hace accesible toda la información, este trabajo ha perdido interés y su día a día está volcado en la atención al usuario, la formación, lo que se llama alfabetización informacional, es decir, el fomento de esa capacidad de entender en un mundo en el que es más complejo hacerlo porque estamos infoxicados”.
Y es que acercarse a la biblioteca simplemente para sacar un libro será algo excepcional. Los textos serán —en su mayoría— digitales y las gestiones online, como ya ocurre en la Biblioteca Pública de Nueva York. Desde el año pasado, sus usuarios pueden hacer buena parte de los trámites desde la web o desde una aplicación instalada en un teléfono inteligente: buscar en el catálogo, reservar un título, renovar un préstamo… Y si el libro o revista está disponible en formato electrónico, puede descargarlo y, cuando termine el plazo, el contenido simplemente desaparecerá del aparato.
El futuro pertenece a la lectura digital y, por supuesto, a las librerías online. Las de toda la vida resistirán solo si cambian. “No pueden seguir aspirando a ocupar el mismo espacio porque obedecen a un modo de producción que necesitaba que el territorio se irrigara a través de esa red comercial. Si el contenido ya no se distribuye de esa forma, esos espacios no son estrictamente necesarios a no ser que se especialicen y / o multipliquen sus servicios. Las librerías ya se están convirtiendo en espacios más convivenciales, donde se busca una lectura social, una presentación, una charla. Mientras vayan a eso y entiendan que tienen que utilizar las tecnologías digitales, sobrevivirán”, concluye Joaquín Rodríguez.
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